Introducción
A finales del siglo IV a.C., los acontecimientos políticos que afectaron al mundo griego, en especial las conquistas de Alejandro Magno, darían un giro trascendental a las vidas de aquellas gentes. Un giro que, por supuesto, tuvo su reflejo en el arte y la cultura.
Las conquistas trajeron, en primer lugar, un cambio sustancial en la distribución del poder político que basculó hacia las ciudades de Asia Menor, en las que iban a crearse las obras maestras del arte de la época. Otro factor que acabaría por influir en el arte de forma determinante sería el progresivo ascenso de Roma en el mapa político.
Esta nueva época, conocida como Época Helenística, extensa y diversa, como el ámbito en el que se desarrolló, se desplegó entre dos fechas clave. La primera fue la muerte de Alejandro Magno, en 323 a.C. La segunda marca el momento en el que control de Roma sobre la cuenca mediterránea se hace irreversible, la Batalla de Accio, en 31 a.C.
Una mentalidad teatral
En épocas previas de la historia y del arte griegos, tanto el drama como la comedia jugaron un papel fundamental en la expresión de las inquietudes de la comunidad. La Comedia Antigua –como la de Aristófanes, en los siglos V al IV a.C.- estaba basada en aquellos acontecimientos y circunstancias que, en cada momento, preocupaban y causaban ansiedad a la polis. Se centraba, esencialmente, en el momento y la situación social del lugar y el tiempo en el que vivía.
Por el contrario, la Comedia Nueva comenzó a generalizar sus temas, sus personajes y sus escenarios, como resultado de la globalización del mundo griego. Las obras se volvieron más universales, haciendo que pudiesen comprenderse por igual en Atenas o en Alejandría. Contemplado desde una perspectiva actual, pareciese que era la vida la que imitaba al teatro y no a la inversa, como en épocas pasadas.
Lisipo fue le primer artista en dar expresión a esta nueva mentalidad teatral. Él, junto a su taller, supo desarrollar nuevos temas que se adaptaban a la perfección a las nuevas inquietudes del hombre helenístico. Por una parte, creó el retrato dramático; una forma de representación más psicológica que de semejanza física, que exteriorizaba los dramas del espíritu del individuo, como en el caso de sus magníficos retratos de Alejandro Magno. Además, puso de moda la creación de grandes grupos escultóricos históricos, en los que se representaba a héroes en trances especialmente difíciles. Por último, Lisipo fue también célebre por la creación de descomunales figuras, como el famoso Coloso de Rodas, cuyo tamaño superaba todos los cánones establecidos hasta la fecha en el mundo griego.
Además, para enfatizar su expresividad y su teatralidad, tanto escultura como arquitectura tendieron a favorecer los emplazamientos espectaculares o espacios interiores misteriosos y sorprendentes.
Sileno y el Niño Dioniso
El escultor del siglo IV a.C. Lisipo de Sición suele considerarse la figura que abrió el camino a la nueva mentalidad helenística, a pesar de que su carrera se encuadra en el último clasicismo. Parece que fue él quien creo el grupo original de Sileno sosteniendo al niño Dioniso que solo conservamos a través de copias helenísticas y romanas.
Las novedades impuestas por el artista se dejan sentir de varias formas. En primer lugar, en el tema. Sileno, un sátiro y además viejo, no había sido un tema muy utilizado por el arte clásico. Tampoco lo habían sido los niños. Y cuando se habían representado (como en el Hermes con el niño Dioniso) no se habían tratado de forma naturalista. Precisamente ese naturalismo que se aprecia perfectamente tanto en el niño como en Sileno, es otra de las novedades. Finalmente, la pose de ambos personajes es otra innovación propia de la época. Ninguno de ellos nos mira. El escultor nos ha dejado completamente al margen de la escena. Ellos han dejado de posar como hacían las estatuas de época clásica. Y nosotros más que contemplar parece que espiamos una escena íntima y muy personal.
Pérgamo
Tras la muerte de Alejandro Magno, parte del tesoro acumulado por el rey macedonio en sus campañas militares quedó en manos de Lisímaco, uno de sus generales. Para protegerlo, Lisímaco lo dejo en la Acrópolis de Pérgamo, custodiado por un hombre de confianza llamado Filetero. Pero Filetero tenía sus propios planes. Primero se pasó al bando del Seleúco, el enemigo de Lisímaco y, después, poco a poco, fue ganando autonomía para su ciudad. Filetero acabó fundando toda una dinastía, conocida por el nombre de su sucesor Átalo I.
Los reyes atálidas ampliaron las fronteras de Pérgamo y convirtieron la ciudad en uno de los reinos más influyentes de la Época Helenística. Influyente no sólo desde el punto de vista político, sino también desde el artístico-cultural. Pérgamo contó con la segunda mejor Biblioteca de la antigüedad, tras la de Alejandría y creó una escuela artística que puso de moda una nueva forma de arte, el conocido como barroco pergámeno.
Altar de Zeus. Atenea luchando contra los Gigantes
El reino de Pérgamo consiguió extender sus fronteras y su influencia gracias a muchos factores. Uno de ellos fueron sus victorias militares frente a las tribus gálatas que asolaban la zona de Asia Menor. Los reyes atálidas se convirtieron en los adalides de la guerra contra los gálatas y levantaron numerosos monumentos para conmemorar sus victorias. El más importante de todos ellos fue el Gran Altar dedicado a Zeus que mandaron construir a finales del siglo II a.C. en la Acrópolis de la ciudad.
A pesar de llamarse Altar se trataba de todo un templo en cuyo interior se alojaba un altar para sacrificios. El conjunto se levantaba sobre un zócalo casi cuadrado (de 33 x 34 metros) decorado en su exterior por un friso continuo en alto relieve de más de 100 metros de largo y 2,30 metros de alto. En este friso se representó la más famosa de todas las batallas mitológicas del mundo griego: la Gigantomaquia. El tema simbolizaba las guerras contra los gálatas, identificando a los Gigantes con los enemigos y a los dioses con los propios reyes pergámenos.
Pero, posiblemente, lo más impactante del friso es la forma en la que se han tallado las figuras. Al mirarlo lo primero que se nos hace evidente es que nos encontramos inmersos en el fragor de una batalla. Todo se mueve. Y se mueve con exageración. Todos los personajes se disponen en líneas diagonales, conectando las figuras entre si. Las anatomías se exageran y se presentan en la tensión extrema de la lucha; a veces en posturas imposibles. Y, sobre todo, los vencidos sufren. Sus rostros -los que se conservan- se llenan de una angustia que el escultor expresa con un juego constante de luces y sombras, de zonas sobresalientes y zonas hundidas y oscuras.
Los paneles reproducidos en el Museo representan, de izquierda a derecha a Alcioneo, uno de los gigantes, al que muerde la serpiente de Atenea, Erictonio. A continuación, aparece la diosa Atenea con la cabeza de Medusa en el pecho. Hacia ella se acerca, volando, Niké, la Victoria, que nos recuerda quién ganará esta lucha. Bajo ella está la madre de los Gigantes, Gea, que sufre sabiendo el destino que espera a sus hijos. En el segundo panel un gigante ha caído al suelo, herido en el muslo por el rayo de Zeus que aparece en el centro. Bajo él, otro gigante con el hombro dislocado se ha enfrentado al rey del Olimpo. En el extremo derecho puede verse al rey de los Gigantes, Porfirión, con las piernas de serpiente habituales en estos personajes mitológicos.
Estos dos paneles estaban colocados en el lado este del monumento. Imaginémonos ahora, por un momento, llegando a la terraza del Altar al amanecer, con esa luz constantemente cambiante que haría que la escena pareciese moverse realmente, como si todos los personajes estuviesen vivos. Precisamente ese dinamismo apabullante y repleto de sensaciones fue la característica que mejor definió el estilo pergámeno. Una forma de esculpir totalmente alejada de la de la Atenas clásica.
Métodos de trabajo
La creación de esculturas en las que se observase esta nueva mentalidad teatral estaba lejos de ser sencilla para los escultores. En general, se prefería la producción en bronce que permitía mucha mayor libertad compositiva. Sin embargo, lo que ha llegado hasta nosotros son, en su mayor parte, esculturas de mármol, que resulta mucho más difícil de reutilizar que el bronce.
El gusto por las composiciones complejas y dinámicas condujo a los escultores a una nueva forma de trabajar el mármol. Hasta entonces, lo normal había sido extraer cada escultura de un único bloque. Sin embargo, la cantidad de elementos proyectados de los que se componían las nuevas esculturas hacia necesario proceder de otra forma para evitar el gasto innecesario de material. Y, así, comenzaron a tallarse grandes escultura y grupos escultóricos por partes, individuando los miembros o las partes sobresalientes.
Muchas de las esculturas más famosas de la Época Helenística fueron realizadas así, entre ellas el célebre Laocoonte del Vaticano o la Victoria de Samotracia.
Victoria de Samotracia
Posiblemente una de las esculturas más famosas del arte griego, la Victoria de Samotracia es también un ejemplo perfecto de la nueva mentalidad teatral del mundo helenístico. Todo en ella ha sido meticulosamente calculado para suscitar una respuesta emotiva en el espectador.
Niké, la diosa de la Victoria, se alzaba sobre su base en forma de proa de barco, en un extremo del Santuario de los Grandes Dioses, en la remota isla de Samotracia. Ese extremo era el punto final del recorrido de los iniciados y allí, mirando al mar, en un escenario incomparable que no hacía sino recalcar la majestuosidad de su representación, se alzaba Niké.
Sobre la proa de la embarcación de guerra, Niké parecía que acababa de descender de los cielos. Un pie apoyado ya en la borda, el otro todavía en el aire. El viento marino arremolinado alrededor de sus ropas, en torno a las piernas y la humedad haciendo visible su ombligo a través de la tela. Niké anuncia a los cuatro vientos una victoria naval, aunque no sabemos cuál.
Si la escultura resulta grandiosa desde el punto de vista artístico, no lo es menos desde el técnico. Tanto la figura como la base se hicieron por piezas. La segunda en diversas hiladas de bloque de mármol rodio gris de Lartos. Para la estatua se emplearon mármoles diversos de la isla de Paros, considerados los mejores de todo el mundo heleno. Por una parte, se talló el cuerpo con el busto; por otro la cabeza; y de forma independiente cada una de las alas, de los brazos y de los pies, así como el pedazo de tela que, llevado por el viento, flota tras ella. Ensamblar cada uno de estos elementos independientes haciendo, además, que la fuerza ejercida por el peso de la Victoria sostuviese por sí misma los empujes de las hiladas que componían la base en forma de embarcación, fue un todo un prodigio de los estos artistas helenísticos desconocidos para nosotros.