Introducción
Desde finales del siglo II a. C., el progresivo intervencionismo político de Roma en la esfera política y cultural griega, que venía creciendo desde el siglo anterior, es palpable en la producción artística del mundo mediterráneo. A medida que patronos y coleccionista romanos iban comprendiendo y apreciando la riquísima herencia cultural que les llegaba de Grecia, iba gestándose un mercado artístico propio que obedecería a sus gustos e intereses.
Los triunfos militares romanos en la Grecia continental y en la Magna Grecia, hicieron llegar las primeras obras de arte griegas a Roma. La primera gran afluencia de piezas griegas y de artistas alcanzó Roma como resultado de la caída de Siracusa, en 211 a.C. Estas migraciones artísticas incluían, por supuesto, las piezas más importantes de las ciudades conquistadas: esculturas, monedas y tesoros de todo tipo.
La inundación del mercado romano con obras procedentes de Grecia produjo una transformación de la creación romana que vio como, paulatinamente, se imponía un filo-helenismo que todo lo alcanzaba.
El retorno al pasado
De entre todos los estilos que se habían desarrollado en el arte griego, a lo largo de sus muchos siglos de historia, los clientes romanos prefirieron el clasicismo, en especial el de la segunda mitad del siglo V a.C. y el del siglo IV a.C. Y los artistas que más popularidad alcanzaron fueron aquellos que mejor supieron interpretar a los grandes maestros del pasado clásico.
En el ambiente de retorno al pasado de la Roma de finales del helenismo, los artistas optaron por la emulación más que por la competición con los artistas pasados. Se pretendía revivir una época de gloria y esplendor en lugar de tratar de superarla, como se había hecho hasta ese momento.
Puesto que lo clásico se buscaba de forma consciente, los artistas griegos en Roma y sus colegas romanos tuvieron ante sí tres formas de enfocar su producción. La primera, también la más temprana, cronológicamente hablando, fue la imitación libre de los modelos antiguos. Otros artistas optaron por la fiel imitación de modelos clásicos concretos, en especial, de modelos procedentes de Atenas. Finalmente, un tercer grupo se especializó en lo que podrían llamarse citas de artistas clásicos. Imitaciones cuyo original fuese fácilmente reconocible pero que hubiesen variado lo suficiente como para no resultar meras copias de aquellas.
Gracias a los innumerables encargos de copias de obras clásicas realizadas por los patronos romanos, así como a las copias y adaptaciones de famosas esculturas, somos capaces de rastrear hoy en día el aspecto muchas de las obras maestras del arte griego. Gracias a que los nobles romanos encargaron para sus villas copias de esculturas como el Doríforo o el Discóbolo, hoy podemos llegar a adivinar el aspecto de los originales.
Discóbolo
Una de las esculturas más famosas de la antigua Grecia, el Discóbolo, ha llegado a nosotros, únicamente, a través de copias romanas.
De todas las copias y fragmentos conservados, el más fiel al original en bronce de Mirón suele considerarse el Discóbolo Lancelotti, hallado en Roma, en la Villa Palombara, en el siglo XVIII. La copia del Museo, sin embargo, es una reproducción del denominado Discóbolo Townley, hallado en la Villa Adriana, en 1790, y adquirido por el coleccionista británico Charles Townley. Ambas difieren en la colocación de la cabeza, aunque sabemos que la posición correcta es la del Discóbolo Lancelotti. En éste -que apareció entero- los ojos miran hacia el disco, mientras en el segundo -cuya cabeza apareció por separado y, en realidad, no le pertenece- la vista se dirige al suelo.
El Discóbolo es el ejemplo perfecto de la corriente del mercado romano de copiar, casi de forma exacta, los originales griegos más famosos para utilizarlos en la decoración de las villas suburbanas. Sin embargo, en muchos casos era necesario alterar el material. El bronce era un artículo de lujo, de precio muy elevado y, aunque la mayoría de los clientes fuesen gente muy poderosa y adinerada, se prefería la utilización del mármol, también costoso, pero más fácil de obtener. El cambio de bronce a mármol imponía ciertas modificaciones, como puede observarse en los Discóbolos conservados. La primera y más notoria, el añadido de un soporte, normalmente en forma de tronco, para evitar la ruptura de la figura por su base.
Venus de Milo
Quizá el ejemplo más famoso del regreso al pasado clásico, impuesto por el mercado romano sea el que nos ofrece la Venus de Milo. La escultura se halló en 1820, en la entrada a un gimnasio, en la remota isla de Melos.
Debido a su parecido con la Afrodita de Capua, la estatua suele considerarse una recreación libre de un original de finales del siglo IV a. C., realizada a finales del siglo II a. C. Como tal, la Venus de Milo podría incluirse entre los modelos de imitación libre, utilizados por los primeros escultores griegos y romanos que trabajaron para contentar a la emergente clientela filo-helena de Roma.
Entre sus aspectos clasicistas destacan su aire ausente, la armonía de su rostro y su impasibilidad que nos remiten a las características estéticas del siglo V a. C., mientras que su peinado y el delicado modelado de la carne evoca las obras de Praxiteles, escultor, también clásico, que trabajó en siglo IV a. C.
Sin embargo, la escultura utiliza algunas innovaciones propias de la época helenística. Por ejemplo, la composición en espiral y su disposición a en un espacio tridimensional, así como el cuerpo alargado y de pecho pequeño que solía ser característico de este momento.
Diana de Gabies
Si los escultores romanos crearon nuevos prototipos a partir de formas clásicas y helenísticas combinadas y copiaron famosas obras clásicas, también interpretaron esculturas célebres, alterando sus formas, pero de tal modo que el espectador fuese capaz, en todo momento, de identificar la referencia original. Este parece ser el caso de la Diana de Gabies .
En nuestro caso es difícil evocar ese original porque no ha llegado hasta nosotros y sólo tenemos de él breves e imprecisas referencias en los textos antiguos. La Diana de Gabies original, conservada en París, se descubrió en 1792 en una propiedad del Príncipe Borghese. Desde su hallazgo se identificó con una figura de la diosa de la caza -Diana para los romanos y Artemisa para los griegos- esculpida por Praxíteles, en el siglo IV a.C. para el Brauroneion, el templo de la divinidad en la Acrópolis de Atenas.
La identificación de la estatua como copia de aquella realizada por Praxiteles ha partido del análisis de su vestimenta. La diosa luce un jitón (vestido) corto que se desliza sobre su hombro izquierdo, dejándolo al descubierto. Además, Artemisa parece absorta en atarse un manto sobre el hombro derecho.
El vestido hasta la rodilla era típico de esta diosa que, debido a su actividad cazadora, necesitaba más libertad de movimientos. A su vez, el manto se ha identificado con una de las ofrendas que se le hacían en su santuario de Braurón. Por su parte, el hombro descubierto haría referencia a la fertilidad, aspecto de Artemisa, como protectora de los partos, que se subrayaba en el mismo santuario.
Venus del Esquilino
A medida que la influencia romana iba creciendo en el mundo helenístico, muchos escultores griegos trasladaron a Roma su carrera para beneficiarse del creciente mercado artístico de la ciudad. Bien llamados por los mecenas romanos, bien tratando de aprovechar sus oportunidades, veían en la metrópolis una auténtica oportunidad. En este contexto fue como uno de los artistas más célebres del mundo griego, Pasiteles, se estableció en Roma. La estatua de la Venus del Esquilino se ha considerado, frecuentemente, de una copia de un original de este escultor.
La escultura se encontró en Roma, en 1874, en la zona que en la antigüedad ocuparon los Horti Lamiani, en el Esquilino. Se trataba de unos famosos jardines, diseñados para un íntimo amigo del emperador Tiberio que terminaron pasando a formar parte de las posesiones imperiales.
Venus se representa desnuda, junto a un vaso, cubierto en parte con una tela. Sus brazos habían desaparecido en el momento de su hallazgo, pero sobre el pelo, en la parte trasera de la cabeza, aún pueden verse sus dedos. Debido a esta pose se ha sugerido que se trata de una Venus Anadiomene o surgida del mar. Sin embargo, algunas de sus características han abierto un debate sobre su identidad. En primer lugar, el hecho de que utilice sandalias, pero, sobre todo, la cobra que se enrosca en el vaso que se encuentra a sus pies. A partir de estos atributos hay quien ha querido ver en esta Afrodita a Cleopatra, Reina de Egipto.