Introducción
Julio II, el conocido como Papa Guerrero, sintió verdadera pasión por el mundo antiguo. Su inclinación hacia el coleccionismo se tradujo en la creación del primer conjunto de antigüedades clásicas del Vaticano. Por primera vez desde la antigua Roma, la belleza de una estatua iba a impulsar la construcción de un espacio destinado a su exhibición.
El hallazgo del grupo de Laocoonte y sus hijos, en 1506, supondría el primer paso para la construcción de un patio destinado a la contemplación de la belleza más sublime de la antigüedad clásica. Allí se reuniría la colección de antigüedades de Giuliano della Rovere -Julio II- que completarían sus sucesores.
Este patio se llamó Cortile delle Statue. Con el tiempo, se convertiría en el germen de los actuales Museos Vaticanos. Las estatuas allí conservadas, han atraído, durante más de cinco siglos, a miles de turistas, curiosos y artistas que han admirado su incomparable belleza.
Arte como propaganda
Los papas de la familia della Rovere, como la mayor parte de las grandes figuras del Renacimiento, se caracterizaron por un mecenazgo de las artes, profundamente influido por ulteriores intereses propagandísticos.
Sixto IV
El primero de la familia en ascender al solio pontificio fue, en el siglo XV, el tío de Julio II, Sixto IV (1471-1484), quien se erigió en introductor del primer Renacimiento en Roma. Posiblemente su contribución más célebre, en este sentido, sea la comisión de la remodelación de la antigua Capella Magna, para transformarla en la famosa Capilla Sixtina que lleva su nombre. Para su decoración, Sixto IV hizo acudir a Roma a algunos de los más célebres artistas florentinos de la época, entre los que se cuentan los nombres de Domenico Ghirlandaio -maestro de Miguel Ángel- o Sandro Boticelli.
Además, de ser el creador de los Archivos Vaticanos, el pontífice ha pasado a la Historia del Arte por haber donado a la ciudad de Roma la colección de bronces antiguos que se conservaba frente al Palacio de San Juan de Letrán.
Los famosos bronces lateraneneses se trasladaron al Palacio de los Conservadores, en el Capitolio, en 1471. Sería incorrecto interpretar la donación de Sixto IV como un mero acto de generosidad papal. Sixto IV estaba poco interesado en el mecenazgo artístico per se. Por medio de este movimiento, pretendía sentar las bases de su política papal, reafirmando la supremacía del Papa sobre cualquier otra forma de gobierno en la ciudad de Roma.
Esta colección de estatuaria antigua incluía las célebres esculturas de la Loba Capitolina, el Marco Aurelio, el Camilo y los fragmentos del Coloso de Constantino. Como parte de los símbolos más importantes de la Roma primitiva, también el Espinario formaba parte de aquellas pocas piezas arqueológicas. Aquellas estatuas que habían sobrevivido a la oscuridad medieval representaban, de alguna forma, la continuidad de la Roma antigua que resurgía ahora, de la mano de los pontífices renacentistas.
El Espinario
Este niño que se saca una espina de la planta del pie fue una de las esculturas del mundo antiguo más admiradas en Roma y una de las pocas que supo resistir los embates medievales del cristianismo, enfrentado a la escultura pagana. El Espinario se sentó durante siglos, sobre una columna de mármol, en el centro de Roma, desafiando a la persecución religiosa contra el arte de tiempos pasados.
Como suele suceder en el caso de las estatuas que han llegado a nosotros, la supervivencia se debió a las reinterpretaciones que se dieron a su temática. A mediados del siglo XII, el Rabbi Benjamin ben Jonah de Tudela identificó al niño con Absalón, el hijo del rey David, famoso por su belleza. Un poco más tarde, se identificaba al Espinario con Príapo, la divinidad griega de la lujuria, y, como tal, como símbolo de ese pecado, agravado por el hecho de que se trataba de la figura de un niño. Esta interpretación se basaba en la observación de sus genitales que se consideraban demasiado grandes.
Ya en el Renacimiento, la escultura se consideró la representación de Cneo Marzio, un pastorcillo romano que avisó al Senado de un ataque inminente sobre Roma y que murió a causa de la infección que le provocó la espina que se le clavó en el pie mientras corría para llevar su mensaje.
Aunque casi en todas las épocas se ha tratado de buscar un significado a la figura hoy sabemos que se trata de una escena anecdótica, propia del arte de la Grecia helenística, cuando muchos artistas se preocupaban más de la estética que de los grandilocuentes mensajes éticos o políticos. Desde el punto de vista artístico, obedece también a ese momento en el que la escultura fusionó formas del pasado con otras nuevas para adaptarse a los gustos de los nuevos clientes romanos.
Julio II
Por su parte, Julio II no iba a quedarse atrás en el cultivo de las artes. Antes de convertirse en Papa, Julio II poseía ya una de las piezas escultóricas más célebres de la Historia del Arte, el Apolo del Belvedere.
Sin embargo, Julio II es mucho más conocido, en el ámbito del mecenazgo artístico, por los proyectos iniciados a partir de su nombramiento como pontífice, en 1503. Dos años después, en 1505 el nuevo papa solicitaría a Miguel Ángel la construcción de su sepultura que acabaría provocando la reforma total de la Basílica de San Pedro del Vaticano.
Mientras Miguel Ángel se hallaba inmerso en el colosal proyecto de la tumba, el papa, en 1508, le hizo otro encargo, no menos grandioso, la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina, reformada por Sixto IV, que el artista no terminaría hasta 15012, tres meses antes del fallecimiento del pontífice.
Algo similar sucedió con la nueva Basílica de San Pedro que no se finalizó hasta 1626. Julio II había encomendado a Donato Bramante el nuevo proyecto para la sustitución de la basílica constantiniana, pero, al poco, le encargó también la creación de un espacio arquitectónico que sirviese para unir los apartamentos pontificios con la antigua villa de Inocencio VIII, el conocido como Cortile del Belvedere.
El Cortile del Belvedere
Con el fin de urbanizar el pequeño valle situado entre el Palacio Pontificio y la antigua Villa de Inocencio VIII, Donato Bramante diseñó un patio longitudinal, flanqueado por pórticos y comunicado por escalinatas, que ascendía siguiendo el perfil del Monte Sant’Egidio.
El nuevo proyecto recibió el nombre de Cortile del Belvedere. El patio salvaba con comodidad el desnivel existente entre ambos conjuntos arquitectónicos, proporcionando no sólo una unión visual al complejo, sino ofreciendo, además, nuevos espacios de recreo y de reunión. En los laterales, las galerías o loggias se disponían en niveles decrecientes de arquerías, mientras en el centro la transición se realizaba por medio de escalinatas y rampas. La primera de estas escalinatas generaba, además, un espacio escénico en el centro del patio-corredor.
En su zona superior –el verdadero Belvedere- Bramante diseñó una gran exedra, a la que se accedía por una escalinata circular. Tras el conjunto, junto a la Villa de Inocencio VIII, Bramante proyectó un patio en el que albergar la Colección de estatuas antiguas –el Cortile delle Statue- y una rampa que facilitase el acceso al Palacio, conocida como la Scala de Bramante.
El Patio más visitado
El conjunto escultórico emplazado en el Cortile delle Statue fue uno de los más visitados a partir del siglo XVI. Lugar casi de culto para artistas como Miguel Ángel, fue una de las visitas estrella del Grand Tour, junto a La Tribuna de los Uffizi.
De todas las estatuas que allí podían admirarse, la que más pasiones despertó y la que más acabó por influir a artistas de todas las épocas fue el grupo de Laocoonte. Junto a ella, el Apolo del Belvedere -la primera antigüedad adquirida por Julio II- el Cómodo, la Venus Félix, la Cleopatra (Ariadna dormida), el Tíber, el Nilo o el Torso de Belvedere atrajeron todas las miradas, a lo largo de muchos siglos.
La Colección nació de las aportaciones de Julio II, quien desde 1506 a 1512 realizó compras diversas dirigidas a completar un conjunto con un estudiado mensaje propagandístico y simbólico.
La fama del Cortile convocó a Roma a artistas y curiosos y provocó el interés de algunos monarcas europeos que, no teniendo acceso a los originales, trataron de hacerse con copias de las obras más célebres. Uno de ellos fue Francisco I de Francia, quien enviaría al Primaticcio a la ciudad eterna para adquirir copias de algunas de las estatuas del patio.
Apolo del Belvedere
Quizá ninguna otra obra de la antigüedad ha sido tenida en mayor estima antes del siglo XIX como esta estatua del dios Apolo, gracias a los elogios del primer crítico moderno de arte, Johann Joachim Winckelmann. A pesar de que la fecha y el lugar exactos del descubrimiento de la estatua no se han conservado, la obra era conocida ya para 1489.
En algún momento entre 1489 y 1503, cuando el cardenal Giuliano della Rovere se convirtió en el Papa Julio II, el Apolo entró a formar parte de las colecciones privadas del cardenal. Al ascender al papado, la estatua se trasladaría al Vaticano y para 1511 se exhibiría ya en el nuevo Cortile delle Statue del Belvedere, del que recibe su nombre.
La gran fama de la escultura se debe a que, desde finales del siglo XVIII, fue tomada como paradigma de la belleza de la escultura griega antigua. Por aquella época se pensaba que era obra de un maestro del siglo IV a.C. Sin embargo, con el desarrollo de los estudios sobre el arte de la antigua Grecia, se ha llegado a la conclusión de que el Apolo del Belvedere es una interpretación romana de un original clásico.
Los primeros dibujos muestran a la figura sin en su antebrazo izquierdo y sin los dedos de la mano derecha. Mano y antebrazo izquierdos han generado cierta controversia acerca de qué es lo que sostenía el dios. Probablemente la mano izquierda empuñaba un arco, complementando así al carcaj que lleva a la espalda sobre el hombro derecho y cuya correa cruza por el pecho. La cabeza, girada violentamente hacia la derecha del espectador, podría estar en este caso siguiendo el curso de una flecha. El brazo derecho pudo sostener una corona de laurel, puesto que en el tronco del árbol que soporta la pierna derecha pueden verse aún algunos restos de hojas de esta planta . El Apolo Belvedere pudo por tanto haber sido diseñado para representar a Apolo en sus roles de pacificador y sanador.
Laocoonte y sus hijos
Si el Apolo del Belvedere fue propiedad de Julio II, desde antes de convertirse en Papa, el Laocoonte fue su adquisición más significativa, además de ser la pieza que provocó la creación del Patio de las Estatuas y la primera en ser instalada en él. El grupo de Laocoonte y sus hijos ha sido y es la escultura más célebre de los Museos Vaticanos.
Su camino a la fama comenzó el mes de enero del año 1506, en el momento de su hallazgo, y se consolidó en 1959, momento en el que se realizó la última restauración, durante la que se colocó el brazo original, aparecido en 1905.
La noticia sobre el hallazgo de Laocoonte se difundió rápidamente por toda Italia. Suscitó un enorme interés por parte de artistas y poetas, especialmente debido al hecho de que, desde el principio, la escultura se relacionó con dos de los autores más célebres de la antigüedad: Virgilio y Plinio.
Una de las noticias que más se trató en las fuentes contemporáneas fue la del precio y la disputa entre los coleccionistas tras el hallazgo. Julio II no fue el único fervientemente interesado en su adquisición; otras grandes figuras de la época, como Francisco I, rey de Francia, Isabella d'Este o la propia ciudad de Roma la pretendieron.
El interés radicaba también, en buena medida, en su excelente estado de conservación. El grupo estaba casi intacto. La base se había perdido, pero a las figuras únicamente les faltaban pequeños fragmentos y los brazos derechos, a excepción del hijo mayor que sólo había perdido los dedos de la mano derecha.
Torso del Belvedere
En un momento indeterminado, entre los pontificados de Clemente VII (1523-1534) y Pablo III (1534-1549), ingresaba en el Cortile el famoso Torso que acabaría por llevar su nombre.
Por aquel momento, la escultura tenía rota su base y los visitantes que se acercaban al lugar sólo podían contemplara tumbada sobre su nalga derecha, como se refleja en algunos dibujos de la época. En este preciso lugar, la estatua presentaba una fractura que ofrecía el mayor espacio de apoyo del conjunto.
El estado tan fragmentario de la figura llevó a los papas a solicitar su restauración, que acabó siendo parcial. Por aquella época no se tenía la costumbre de intervenir sobre las antigüedades. Sin embargo, Clemente VII solicitó la restauración de las estatuas del Cortile, entre las que se incluía o se iba a incluir el Torso. Apolo y Laocoonte fueron intervenidos pero la leyenda cuenta que la negativa de Miguel Ángel a recomponer el Torso llevó únicamente a la restauración de su base a fin de ponerla en posición erguida.
El Torso se exhibió en el Patio hasta el pontificado de Clemente XIV (1769-1774), cuando se trasladó a los recién creados Museos Vaticanos. Desde entonces y hasta 1887 la figura fue considerada la representación de Heracles (el Hércules romano), sentado sobre una piel de león. Pero, en ese año, un anatomista de Breslavia se dio cuenta de que la piel sobre la que descansa la figura no es de león, sino de otro tipo de animal salvaje. A partir de este momento, se multiplicaron las interpretaciones hasta que las investigaciones más recientes lo identificaron como el héroe griego Ajax, momentos antes de cometer suicidio.