La Guerra de Troya
La compleja y larga narración que contaba la historia de la guerra entre griegos y troyanos sirvió como fuente de inspiración a innumerables obras de arte, tanto literarias como escultóricas o pictóricas.
Aunque para nosotros la historia parece haberse reducido a los acontecimientos narrados en la Ilíada, el famoso libro de Homero sólo cuenta el último año de la guerra. Para los antiguos griegos la historia de la Guerra de Troya incluía también sus orígenes y los diez años de conflicto, la muerte de Aquiles, el engaño del caballo, el asedio final y la destrucción de la ciudad y el regreso de los héroes griegos a sus respectivos hogares.
Todas estas historias se desarrollaban en diferentes narraciones que se agrupaban bajo del apelativo de Ciclo Troyano.
La parte más famosa de la Guerra de Troya nos ha llegado a través de la narración que hizo Homero del último año de la lucha. Si para nosotros la Ilíada es una de las obras cumbre de la literatura, para los griegos fue un ejemplo de poesía épica, admirado en todas las épocas. Y su autor, Homero, se convirtió en el escritor más famoso del mundo heleno.
Según los pocos datos de los que disponemos parece que Homero vivió a finales del siglo VIII o comienzos del siglo VII a.C. Los retratos que conservamos de él son muy posteriores. Evidentemente, estos bustos no pueden considerarse retratos en el sentido estricto de la palabra, puesto que se hicieron siglos después, cuando nadie conocía ya la apariencia del poeta. Sin embargo, los escultores adoptaron para representarle una serie de rasgos que, eran capaces de evocar tanto su personalidad como su importancia en el universo cultural de la antigua Grecia. Homero suele aparecer como un personaje ciego, dado que la tradición decía que lo había sido. Para despertar esta idea en las mentes de los espectadores, se recurre al hundimiento de las cuencas de los ojos De esta forma no sólo se transmite la idea de la ceguera, sino también la de un carácter introspectivo y pensativo que coincide con el concepto que solemos tener en relación a la persona creativa. Además, se le representa como un anciano ya que, en el mundo antiguo, la edad se relacionaba con la sabiduría y los sabios consejos, como bien demuestra el mismo Homero en la Ilíada, a través de la figura del venerable Néstor, rey de Pilos.
El desencadenante de la Guerra
La Guerra de Troya fue consecuencia directa de la boda de Tetis y Peleo. Zeus había ordenado el matrimonio de la diosa como forma de evitar una profecía que decía que Tetis tendría un hijo más famoso y poderoso que su padre. Zeus pretendía a la diosa, pero no quería dejarla embarazada por miedo a que ese posible hijo le quitase el trono del Olimpo. Por eso, concertó su matrimonio con un hombre mortal.
A la boda y al festín posterior acudieron todas las divinidades del Olimpo. Todas menos una. Alguien olvidó invitar a Eris, la diosa de la discordia quien, comenzada la celebración, se personó dispuesta a aguar la fiesta. Su venganza consistió en lanzar una manzana de oro a la mesa a la que se sentaban Hera, esposa de Zeus, Atenea y Afrodita. En la manzana podía leerse: para la más bella. Por supuesto, las tres diosas pretendían merecerla, pero alguien debía decidir a quién le correspondía la manzana de la discordia.
En este punto, Zeus decidió no complicarse y nombrar otro juez. Llamó a Hermes, el mensajero, y le pidió que acompañase a las diosas ante el pastor Alexandros (el famoso Paris de la Ilíada) que cuidaba de sus rebaños en el monte Ida. Una vez allí, Paris tenía una deliberación complicada ante él. Como no se acababa de optar por ninguna, cada diosa trató de sobornarle; Hera prometiéndole poder sobre todos los pueblos; Atenea victorias y sabiduría; y Afrodita el amor de la mujer más bella. Teniendo ante sí tres caminos vitales, el del poder, el de la victoria militar y el del amor, Paris eligió este último y selló así el destino de Troya. Porque la mujer más bella no era otra que Helena, esposa del rey de Esparta. Paris se la llevó a Troya y este secuestro desencadenó la respuesta bélica de los reyes griegos.
La estatua original de Afrodita Cnidia, creada por Praxíteles en el siglo IV a.C. y de la que hoy solo se conservan copias romanas, parece que quiso evocar una anécdota relacionada con el comienzo de la Guerra de Troya.
La diosa aparece desnuda, sosteniendo una tela, posiblemente su vestido, con una vasija a su lado. Al mirarla, parece querer decirnos que alguien (nosotros) le ha sorprendido mientras iba a tomarse un baño. Ese baño era parte del ritual de embellecimiento de Afrodita y, en esta ocasión, la diosa se baña para resultar más atractiva a Paris y ser elegida como la divinidad más bella del Olimpo.
Antes de presentarse ante el pastor, Afrodita, para embellecerse aún más, fue a bañarse a una fuente muy querida para ella, que se hallaba en el Monte Ida. Las aguas de esta fuente tenían el poder de resaltar la belleza de la diosa, haciéndola irresistible. Por eso, cuando cada una sobornó al pastor, éste no pudo resistirse al atractivo de Afrodita, a pesar de que su elección supondría la ruina total de su familia y su ciudad.
Dioses y Héroes
Uno de los aspectos que más suele llamarnos la atención a lo largo de la narración de la Guerra de Troya es la forma en la que se entremezclan los destinos de dioses y humanos. Resulta lógico que los héroes queden divididos en dos claros bandos, griegos y troyanos, pero llama la atención que los dioses se sumen también a esta disputa y que, en ocasiones, muestren comportamientos más propios de mortales que de los seres divinos que son.
Teniendo en cuenta que la guerra dio comienzo con el Juicio de Paris que dio el triunfo a Afrodita, era evidente que esta diosa protegería a los troyanos, en especial al propio Paris y al joven Eneas. Este último era hijo de la diosa con un mortal troyano. Junto a Afrodita, también estaban a favor de Troya Apolo, Ares, amante de Afrodita, y Poseidón. Del lado de los griegos estaban las dos diosas ofendidas -Hera y Atenea-, junto a Hefesto.
Entre los héroes del bando griego Aquiles fue el más famoso junto Agamenón, rey de Micenas y Menelao, esposo de Helena y rey de Esparta. Otros dos héroes también destacados fueron Ulises, famoso por su ingenio, y Áyax, el más fuerte entre los griegos.
Del lado troyano el héroe más admirado fue Héctor, el príncipe hijo de Príamo y hermano de Paris que se batió, en singular combate, contra Aquiles.
La que durante mucho tiempo fue una de las estatuas antiguas más apreciadas representa a Apolo en su faceta de arquero, como se deduce del carcaj que lleva a la espalda.
En la Guerra, Apolo apoyó a las filas troyanas y fueron varias las veces en las que tomó partido en la contienda a favor de sus protegidos, así como en ayuda de Afrodita. La tradición decía que las murallas de Troya habían sido construidas por el mismísimo dios Apolo y que ningún mortal podría derribarlas jamás.
Cuando se le airaba, Apolo era un dios temible que desataba terribles epidemias, una de ellas durante el último año de la Guerra. Agamenón ofendió al dios, secuestrando a la hija de uno de sus sacerdotes y negándose a devolvérsela a su padre y, en respuesta, Apolo disparó una flecha que causó una plaga en el bando griego, que diezmó sus filas.
Pero la intervención más significativa del dios en el conflicto fue el guiar la flecha disparada por Paris para acabar con la vida de Aquiles, hiriéndole en su famoso talón.
Con toda seguridad el héroe griego Aquiles es el personaje más conocido de la Guerra de Troya. Aunque de título gladiador, hoy en día se piensa que es precisamente Aquiles el representado en esta estatua. Se trataría de una imagen del héroe luchando contra un enemigo a caballo, motivo por el que la estatua dirige su mirada hacia arriba. Mientras en su mano derecha sostenía una espada, preparada para asestar el golpe, la izquierda sujetaba su escudo, como puede deducirse de la empuñadura que todavía conserva en el antebrazo.
Aquiles, fue un combatiente excepcional, el más determinante del bando griego. Aquiles es el ejemplo perfecto del guerrero predestinado para la gloria y, como tal, un modelo excepcional para la representación de la desnudez atlética. La capacidad hacia las proezas militares y la búsqueda de la excelencia se expresaban en el arte por medio de cuerpos como el de este guerrero, musculosos, atléticos, fibrosos, equilibrados y bien proporcionados. En suma, bellamente idealizados hasta convertirlos en perfectos.
Han tenido que pasar siglos desde el descubrimiento del Torso del Belvedere en la Roma del siglo XVI a su identificación como el héroe Áyax, ya en el XX. Su verdadera identidad ha quedado oculta durante siglos debido al estado en el que apareció. Sólo quedaba de él el cuerpo. Su cabeza, sus brazos y la mayor parte de sus piernas habían desaparecido junto a casi cualquier atributo que pudiera decirnos quién era. Lo único que permanecía era la piel de animal sobre la que se sienta.
Durante mucho tiempo se pensó que era la de un león y se interpretó que se trataba Heracles a quien solía representarse sosteniendo la piel del león de Nemea, al que dio muerte. Pero en el siglo XIX, un anatomista llamó la atención sobre la cola del animal. Para ser un león le faltaba el mechón en la punta. Y si no era un león, el representado tampoco podía ser Heracles. Las nuevas investigaciones acabaron por identificar la figura con Áyax Telamonio, el más fuerte de todos los héroes griegos.
Lo poco que conservamos de la estatua parece encajar bien con la idea de un guerrero arrojado en la batalla, de talla colosal y fuerza descomunal. La anatomía de la figura es prodigiosa, pero para tratarse de un guerrero como Áyax la pose resulta llamativa. La reconstrucción teórica lo coloca con el brazo derecho apoyado en el muslo, sosteniendo una espada boca abajo, mientras el brazo izquierdo se habría alineado con el muslo, sosteniendo la vaina vacía de la espada. La explicación a esta postura podemos encontrarla en la historia postrera del héroe. Al final de la Guerra, el orgullo de Áyax le llevó a atentar contra su propio honor y se vio obligado a suicidarse, motivo por el cual, en muchas ocasiones, se le representaba con la espada mirando al suelo, como aquí.
El final de la Guerra
Todos sabemos que los griegos ganaron la Guerra de Troya y que el famoso Caballo fue el desencadenante de la victoria, pero solemos pasar por alto algunos aspectos de esos momentos finales.
La construcción del Caballo fue idea de Ulises quien entre los héroes griegos se destacaba más por su ingenio que por sus habilidades en la batalla. De hecho, esa personalidad un poco tramposa de Ulises se refleja también en el hecho de que su arma preferida fuese el arco y no la espada, que era la propia de los grandes guerreros. La idea de Ulises era la de hacer un caballo de madera en el que poder esconder a una pequeña parte de los guerreros griegos y entregar ese caballo a los troyanos como el regalo que podrís fin a la contienda. El resto de las tropas griegas debía retirarse y esconderse para hacer creer a los troyanos que volvían a casa. Para hacer aún más creíble el engaño, los griegos dejaron atrás a uno de los suyos, olvidado, que convenció a los troyanos de que, verdaderamente, los ejércitos griegos habían abandonado el campo de batalla.
El Caballo había quedado frente a las puertas de la ciudad, pero los troyanos no se decidían sobre qué hacer con él. A pesar de las voces en contra de aceptar el regalo, los troyanos acabaron metiendo el caballo en la ciudad y precipitando el fin de la Guerra. Una vez dentro, al abrigo de la noche, Ulises y sus guerreros salieron de su interior, abrieron las puertas de la ciudad y dieron paso a los ejércitos griegos. Había comenzado la caída de Troya.
La voz del sacerdote Laocoonte se alzó per encima de las de aquellos que opinaron sobre el destino del Caballo. El sacerdote de Apolo aconsejó encarecidamente no aceptar el regalo. Desde el principio se dio cuenta de que se trataba de una trata urdida por Ulises y del peligro que entrañaba tomarlo. Al principio, sus conciudadanos parecieron creerle, pero, al poco tiempo, Laocoonte se encaminó a realizar un sacrificio a los dioses y allí, junto al altar, dos serpientes surgidas del mar le envenenaron a él y a sus hijos. La repentina muerte del sacerdote a manos de los dioses llevó a pensar a los troyanos que el motivo del castigo había sido su oposición al Caballo y, rápidamente, lo metieron en la ciudad, sellando su destino. Ellos no sabían que Laocoonte había ofendido previamente a Apolo, profanando su santuario y que esa fue la causa de su castigo.
El grupo escultórico más famoso de los Museos Vaticanos representa al sacerdote y a sus hijos en el trance de la muerte inminente; retorciéndose, luchando denodadamente por respirar una vez más y por librarse de un destino que es inevitable porque es el que Apolo ha decretado para ellos.